Edurne Pasabán es una alpinista española y la primera mujer en la historia en ascender a los 14 ochomiles y la 21ª persona. Completó su gesta en 9 años, desde su primera ascensión en el Everest en 2001, a la última del Shisha Pangma en 2010.
A los 14 años comenzó a escalar en el club de montaña de su ciudad, Tolosa, y ahí descubrió su pasión por el mundo del alpinismo. Entre los 16 y los 21 años llegaron ascensos clave: el Mont Blanc, el volcán Chimborazo, el Nevado Ishinca y el Urús, entre muchos otros. En 1998 intentó conquistar su primer ochomil: el Dhaulagiri, pero tuvo que renunciar a falta de 272 metros para la cima por la gran cantidad de nieve acumulada.
El 23 de mayo de 2001 alcanzó su primer ochomil: el Everest, y al año siguiente sumó su segundo y tercer ochomil: el Makalu y el Cho Oyu. En 2003 llegaron varios objetivos importantes: el Lhotse, el Gasherbrum II, el Gasherbrum I. En 2004 consiguió conquistar el K2, la segunda montaña más alta del mundo (y posiblemente la más complicada), mientras grababa un documental para “Al filo de lo imposible”. En 2005 el Nanga Parbat y en 2007 el Broad Peak. En 2008 alcanzó la cima el Dhaulagiri y la del Manaslu. En 2009 llegó el Kangchenjunga, en cuyo descenso estuvo a punto de rendirse, pero su equipo la ayudó a descender. En 2010 alcanzó la cima del Annapurna, y por fin, el 17 de mayo de 2010 coronó, en su quinto intento, el Shisha Pangma, completando así los 14 ochomiles, y convirtiéndose en la primera mujer española en conseguirlo.
Javier arrancó la jornada con un video que deja con la boca abierta a los asistentes. En él se muestra el gran manejo que tiene Javier con sus pies: escribe al ordenador, limpia sus gafas o se lava los dientes. Esos mismos pies son los que le hicieron saltar a la piscina en los Juegos Paralímpicos de Londres. Pero empecemos por el principio: Javier nació en Zaragoza sin brazos y con dismetría en las piernas lo que hace que tenga reconocido el 90% de discapacidad. “Me he adaptado a un mundo que está preparado para tener brazos” afirmó.
Pero Javier también nació con la inquietud de superarse a sí mismo y con el afán de “priorizar lo que tiene sobre lo que le falta y dedicarle más tiempo a la solución que al problema”. No obstante, él nunca ha considerado ser diferente: “Yo no tengo ningún mérito por no tener brazos. Tienes que sacarle el máximo partido a lo que tienes y no a lo que no tienes”.
Se licenció en Ciencias de la Comunicación y ha trabajado en diversos medios de comunicación. “De lo que estoy más orgulloso es de haber estudiado una carrera” anunció. Para trabajar en medios redacta en un teclado como cualquiera de nosotros, pero con los pies y a una velocidad que cualquiera envidiaríamos: 220 pulsaciones por minuto.
Pero no son sus únicos logros, participó en los Juegos Paralímpicos de Londres como nadador de la selección española entrenando desde hacía solo 3 años, algo inusual en los JJ.OO, y obtuvo un diploma de finalista al quedar octavo. Aún así, Javier es humilde: “El éxito es ser lo mejor que podamos ser en cada momento, pero no ser el mejor. No hay que ser mejor que nadie, hay que competir con nosotros mismos”.
¿Impresiona? Pues no es lo único. “Me saqué el carnet”. Ha logrado ser el tercer europeo en obtener el carnet de conducir con los pies. Para ello, fue necesario 2.500 km de prácticas y un coche adaptado a sus necesidades. No fue fácil, y eso es algo evidente, sin embargo, para Javier no hay reto que le paralice. “Con mis pies he llegado muy lejos” afirmó orgulloso.
Javier ha recibido la Mención de Honor de los premios Fundación Randstad en 2017 por su capacidad de esfuerzo y forma de superar la discapacidad y transformarla en capacidad de superación. También por ir más allá creando su propia asociación ‘De los pies a la cabeza’.
Se despide con una reflexión: “Vivimos teniendo mucho miedo a vivir. Hay que ser valientes para que, cuando nos llegue la muerte, no tengamos sensación de no haber hecho lo suficiente”.
Dani, como le gusta que le llamen, al subir al escenario hizo reflexionar a todos: “Todos los que me habéis visto subir con la silla de ruedas habéis pensado que iba a hablar sobre adversidad. Estáis equivocados. Me considero uno de los chicos más afortunados: soy una persona feliz” y empezó, entusiasmado, a contar su historia.
La vida de Dani no ha sido sencilla, aunque si le escuchas hablar, enseguida te das cuenta que es un torbellino de pasión y optimismo. Daniel nació con cáncer y solo con un 20% de posibilidades de sobrevivir. Con apenas unos días de vida fue sometido a numerosas intervenciones y sesiones de quimioterapia, y aunque superó el cáncer, tuvo secuelas en la columna irreversibles.
Estas secuelas han hecho que vaya en silla de ruedas. No obstante, la silla para él jamás ha sido un impedimento: “Estar en una silla de ruedas no me complica la vida. Si quiero que me traten como los demás, debo jugar con las mismas reglas de juego”.
Su infancia no fue fácil pero ayudó, sin duda, la normalización que vivió en su familia. Recordó como un día, cuando iba paseando con sus hermanos por la calle, tiró un chicle al suelo. Su madre, enseguida le ordenó que lo recogiese. Dani se tuvo que bajar de la silla de ruedas, arrastrarse por el suelo y recogerlo para tirarlo en una papelera. “La gente quería ayudarme pero mi madre decía que podría hacerlo yo solo. Siempre me han tratado como uno más” anunciaba orgulloso.
Dani hizo referencia a las pasiones: “Debemos descubrir qué nos mueve por dentro, qué nos apasiona”. Él tuvo la suerte de descubrir que su pasión era el deporte. “¿Un chico con movilidad reducida quiere moverse más? Pues sí, y me lancé a practicar muchos deportes”, contaba sonriente.
El deporte siempre ha marcado su forma de ser, de hecho, no hay deporte con el que no se atreva: esquí, natación, kitesurf, bicicleta de montaña o cualquier deporte con el que consiga desprender adrenalina, pero sobre todo, baloncesto. Baloncesto profesional. Con 17 años ha ganado la Liga y la Copa del Rey de baloncesto en silla de ruedas. Y esto solo es el principio de lo que Daniel tiene que dar de sí mismo al mundo.
Dani se despide con una lección a los presentes: Yo voy en silla y tú andas, pero caernos y levantarnos lo tenemos que hacer los dos.
¡Siempre hay que seguir rodando!